jueves, 22 de febrero de 2007

Recetas para curar el mal de amores

Dicen que superar una pena de amor toma entre un año y dos. Si lleva más tiempo, es porque la persona se regodea en su dolor, enlentece el proceso natural del olvido y no hace las cosas bien. Si lleva menos, es porque aquel amor no era tal, sino apenas un golpecito al frágil ego. En ese caso, entonces, todo es más fácil, más liviano.




Recetas para mitigar la desesperación de los amores contrariados no hay. Lo bueno es saber que éstos son como las varicelas o las paperas, pueden atacar sólo una vez, a lo sumo dos. Eso sí, cuando uno cae con la enfermedad, no hay quién lo salve. Por eso de ahí salieron todos los boleros, las canciones que dicen “with or without you”, o “love hurts”, los mejores poemas, las mejores pinturas.



Fue cuando rompió con Onetti que Idea Vilariño escribió sus mejores poemas (No llegaré a saber/ por qué ni cómo nunca/ ni si era de verdad/ lo que dijiste que era/ ni quién fuiste/ ni qué fui para ti/ ni cómo hubiera sido/ vivir juntos/ querernos/ esperarnos/ estar.)



Fue pensando en Georges Sand que Chopin compuso sus mejores nocturnos.




Algunos pocos pueden hacer algo productivo y redituable con ese dolor, pero otros pobres, se comen las uñas, se deprimen, se largan a llorar en el baño, no pueden dormir, adelgazan, engordan, no se bañan, rompen a reír con carcajadas exageradas, salen de noche a correr maratones sexuales, hacen cursos para armar velas, se envician con alguna droga, meditan durante todo el día o planean a desgana un viaje a Marruecos.




Pero por alguna razón, el mal de amores nunca es tomado en serio, pues se considera que un amor no correspondido es un amor incompleto, de poco valor. Pero una pena amorosa se siente como la cabezada de un muro, quien lo vivió sabe que es tremenda y una de las peores que se puedan tener.



Y está demostrado que afecta directamente la salud, bajando las defensas y haciendo que el organismo quede susceptible de contraer infecciones, sobre todo estomacales, o enfermedades de la piel. Y entonce, quienes sufren una pena de amor no parecen depresivos y desganados, sino más bien “enloquecidos” y agotados.



Separarse del hombre o de la mujer que uno adora sólo puede ser vivido como una tragedia griega, como una de las peores telenovelas venezolanas. El escritor del siglo XIX Mariano José de Larra se enamoró de Dolores Armijo, una mujer casada, y cuando rompió por última vez, se pegó un tiro en la cabeza.



Cuando este mal aqueja, no hay forma de zafar de los lugares comunes que antes desdeñábamos. “Si tú no estás aquí/ no sé/ qué diablos hago amándote”, dice la desgarradora canción de Rosana. Nos encontramos escuchando “Moscas en la casa” (Mis días sin ti son tan oscuros/tan largos/ tan duros/ mis días sin ti) con lágrimas en los ojos, leyendo los poemas de Neruda: “De otro. Será de otro. Como antes de mis besos/ Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos./ Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. /Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido/ Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos/ mi alma no se contenta con haberla perdido”. Releyendo e- mails viejos, y por supuesto ideando infelices estretegias para encontrarnos con El o con Ella.



Por eso, aquí van algunos consejos valiosos, para al menos, intentar distraer el vacío que deja un amor no correspondido: deshacerse de todas las cartas y eliminar todos los e-mails del amado en cuestión. Eliminarlos todos, nada de dejar uno o dos de recuerdo. Deshacerse de todo lo que recuerde a él, incluyendo las canciones espantosamente alusivas a la persona.


1. No escuchar canciones de amor. Bajo ningún concepto poner “The One”, de Elton John o “Unchained melody”. Por favor, que en la radio no vaya a sonar “Reloj” (“Reloj detén tu camino/ porque mi vida se apaga/ ella es la estrella/ que alumbra mi ser/ yo sin su amor no soy nada”). Por sobre todo, hay que erradicar la niñería de lloriquear por los rincones o de escuchar Air Supply de forma obsesa. Quienes atraviesan una ruptura amorosa pueden fácilmente caer en el vicio de releer mil veces alguna tontería que su amado haya escrito o planear quinientos razonamientos para intentar volver.


Más bien, conseguirse un disco de “Los Supersónicos” con sus canciones que hablan de la telekinesis, o alguno con música de Bach. En realidad, la persona que está pasando por una pena de amor, tiende a ver a su amado en todos lados, y en todas las canciones, aunque sea en esa que dice “En bicho, bicho yo me convertí, un cocodrilo soy”. Por eso, lo más aconsejable es escuchar música nueva, desconocida hasta entonces para el aquejado. Tiene que renovar su discografía y también sus gustos literarios. Si el ex se moría de risa con las aventuras de Paturuzú o se quedaba hasta la cuatro de la mañana con las novelas de Hanif Kureishi, pues bien. Nada de leer a Hanif Kureishi. Mejor agenciarse un libro sobre arte culinario o alguna novela de Rosemary Pilcher.


2. Es importante no ver a la persona. Y también lo es no saber ni enterarse nada sobre ella. Lo peor que se puede hacer es intentar averiguar cosas sobre su vida: que si se casó, si se quedó sin trabajo, si está por tener un hijo, si engordó, si se volvió loco, si lo internaron, si se fue de viaje, si compró un auto, si tuvo problemas con el alquiler, si fue a visitar a su madre, si se tiño el pelo. Estos datos pueden satisfacer cierta feroz curiosidad, pero en realidad terminan enlenteciendo el proceso de olvido.


3. No ponerse a hacer gimnasia de forma exaltada, tampoco empezar a predicar el yoga de la mañana a la noche. Matar de raíz la idea de conseguir la contraseña de su correo electrónico para averiguar con quién está saliendo (entre otras cosas, cada vez es más difícil hackear un hotmail). Este tipo de aventuras investigativas no trae nada bueno al espíritu. Más bien, lo agobia, lo maltrata. Y lo que es peor, uno termina enviciándose con ese tipo de información indebidamente conseguida y termina queriendo más.


4. Sí, en cambio, es recomendable visitar al psicólogo. No uno que nos haga un lavado patético de cerebro, pero sí uno con el que se tenga confianza y no sea un chanta. Lo mejor del psicólogo, si éste es serio, es que escuchará atentamente los detalles de la historia, sentirá un poco de compasión y luego intentará guiarnos para que por nuestro propio pie encontremos alguna solución a esa soledad horrenda que siente quien sufre una pena de amor. Intentará encontrar qué le gusta hacer a su paciente, cuáles son sus talentos y sus fallas e intentará sustituír ese agujero por algo que le haga sentir la misma euforia, o más.


5. Dicen que “un clavo saca a otro clavo”. Y es cierto. Otra persona del sexo opuesto para salir a comer, para conversar y para ir al cine, puede ayudar y mucho, a superar la tristeza de una herida amorosa. Principalmente porque puede ayudar a descargar tensiones. Depués de todo, una pena de amor no es más que una enorme tensión, para la que no sirven ni la natación ni el sexo ni el deporte ni los ejercicios para la espalda.


Pero si, también están quienes aconsejan no reprimir el dolor y dejar que éste fluya. Para esta escuela, está bien escuchar canciones de amor, está bien llorar y sollozar y dejar que las lágrimas silenciosas resbalen sobre el rostro un lunes a las cinco de la tarde en la oficina. Y está bien ir al restaurante al que solían ir juntos. Es más, para ellos es recomendable ir con otra gente, para retener los recuerdos de aquél amor y crear otros.


A los afectados les cuesta muchísimo ir a trabajar, aunque muchas veces, un oficio sea su salvación. Y para peor, no es posible excusarse del trabajo con una pena de amor. No es una excusa válida, aunque muchas veces sea más entorpecedor que una gripe, con su fiebre y estornudos. “Me duele una mujer en todo el cuerpo”, escribió Borges.


El mal de amores, cuando se instala en el cuerpo con su perra determinación, tiene la particularidad de que todo lo tiñe, todo lo perturba. Su efecto es paralizante, recuerda al veneno que le inyectan las arañas a sus víctimas. El mal de amor es atención permanente, es estar pendiente todo el tiempo, sin descanso, de una cara, de un cuerpo. Una cara que nos parece terriblemente única. Porque en el fondo quien está enamorado tiene una lente que puede mirar bien hondo adentro de quien ama. Y no se agota, no tiene pausa. Pues lo que ve le revoluciona la sangre, le altera la respiración. Lo convierte en un inútil que no le encuentra sentido a lavarse los dientes ni a levantarse de la cama.


Y además, claro, un mal de amor atenta contra la autestima del afectado, mina desde adentro su mecanismo afectivo. El enamorado no correspondido se siente un idiota sin remedio, persiguiendo algo que no tiene sentido. Quien sufre un mal de amor sale más débil, aunque también más revitalizado. Más inseguro, pero también más maduro para enfrentar relaciones posteriores.


No existen analgésicos para el dolor del corazón. Algunos usan antidepresivos, pero eso es porque no es tan fácil distinguir la depresión de la tristeza. Una pena de amor no se puede prevenir, no se puede curar. A quien le llegue, lo único que le queda es desmoronarse por un buen rato. O hacer como dice el poema de Idea: “Aquí/ Lejos/ Te borro/ Estás borrado”.


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