viernes, 16 de febrero de 2007

Que la vida es un carnaval

Ayer de noche fui a una fiesta de disfraces de carnaval, organizada por la hermana de una amiga. Había gente de todos lados, y yo no conocía a nadie. Fui disfrazada de gata diabólica, con una cola, orejitas, y botas altas.


La fiesta, vista desde mis ojos de gatita estuvo muy buena, sobre todo porque siempre es divertido observar los disfraces. El mejor fue el de una hermana de mi amiga, que se disfrazó de puta. Se puso unas tetas gigantes, una minifalda y se pintarrajeó toda la cara.


Andaba feliz con sus tetas, refregándoselas a todos los hombres que veía por el camino. Ponía carita de puta, sacaba los labios para afuera, movía el culo todo el tiempo, era para cagarse de risa.


Y a propósito de esto, está bueno saber que hoy se inauguró el carnaval de Rio de Janeiro, el más desenfrenado y grande del mundo. Se repartieron millones de condones y durante por lo menos cinco días, la ciudad va a ser una locura.


Ayer viernes, el alcalde de la ciudad le entregó las llaves simbolicas de la ciudad al Rey Momo, encarnado por noveno año consecutivo por Alex de Oliveira Silva, un señor que ahora pesa 90 quilos, pero que el año pasado pesaba 190 (le obligaron a bajar de peso porque en Brasil empezaron una campaña anti obesidad).


Para largar la apertura oficial de esta "gran locura", que va a terminar el miércoles de Ceniza, el Rey Momo se lanzó al baile de un samba frenético con su llave, símbolo de un reino que autoriza todos los excesos.


Es triste, pero no todos vivimos el carnaval en su real dimensión. Y nos privamos de algo muy sano y renovador. Antes, en la Edad Media, el carnaval era mucho más largo, en algunas ciudades importantes duraba hasta tres meses. Todo el mundo participaba del carnaval, porque ese era el espíritu.


Ahora, muchos van a los tablados como espectadores y lo observan de afuera, como si fuera un espectáculo teatral. Se pierden justamente de la verdadera virtud del carnaval, que es participar, ser parte de él. Recomiendo mucho, mucho, el libro “La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento: El contexto de Francois Rabelais”, de Mijail Bajtín. Ayuda a entender cómo se originaron las fiestas carnavalescas, cómo evolucionaron hasta lo que son hoy.


Antes, en la Edad Media, durante el carnaval, no había otra vida que la del carnaval. Era imposible escapar, porque el carnaval no tenía ninguna frontera espacial. En el curso de esa fiesta sólo podía vivirse de acuerdo a sus leyes, es decir de acuerdo a las leyes de la libertad.


Era como una segunda vida de la gente, totalmente opuesta a la vida oficial, que estaba regida por la Iglesia y que era bastante severa. Durante el carnaval, la gente zafaba de todo lo solemne y duro de la Iglesia, se burlaba de todo, se reía de todo, e incluso en esas fechas se escribían y representaban parodias de las lecturas evangélicas, de las plegarias, salmos.


El carnaval era una especie de liberación transitoria. Había una abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes.



Mientras que en las fiestas oficiales y serias las distinciones jerárquicas se destacaban a propósito y cada personaje se presentaba con las insignias de sus títulos y grados y funciones y ocupaba el lugar reservado a su rango, en el carnaval reinaba una forma especial de contacto libre y familiar entre individuos normalmente separados por las barreras infranqueables de su condición, fortuna, empleo, edad y situación familiar.


Se comía mucho, se tomaba más y la gente tenía sexo por todos lados. Todo el mundo
se disfrazaba y hacía lo que se le cantaba el culo. Bajtín cuenta por ejemplo, que las mujeres se disfrazaban de vírgenes y se comportaban como putas, los hombres se disfrazaban de reyes y hacían cualquiera. Había bufones, payasos por todos lados.
Se perdía de vista el tiempo, era una gran orgía.


Necesito una de esas fiestas de excesos, necesito un verano como los que vivía en mi infancia. Un verano largo, eterno, maravilloso.