miércoles, 21 de febrero de 2007

Las caras de la televisión uruguaya

Mirar la tele uruguaya siempre resulta una experiencia traumática, que requiere altas dosis de antidepresivos.

Blanca Rodríguez, con su rostro de beata pacífica presenta sus escolares copetes con gestos indolentes, que me hacen imaginar la tristeza que esa pobre mujer debe sentir por las mañanas al despertar.

Pero esa tristeza no es nada si se compara con el sentimiento de aversión que produce en los queridos televidentes la imagen de Gabriel Pereyra. Ese muchacho rinde homenaje al personaje de Kafka, Gregorio Samsa, ¿recuerdan aquella oscura cucaracha con gesto sombrío? Su tez oscura, sus ojos preocupados, su rictus de dolor y de amargura siempre me provocan deseos de ingerir una botella de ginebra, o de ron, o de lo que sea, con tal de mitigar tanta pesadumbre.

¡Por suerte llega Ignacio Álvarez! Con su tono de pastor religioso, su afán de dejar en evidencia a los que se portan mal, Álvarez es el señor botón de la televisión. Le falta carisma, le falta onda, le falta risa, le falta pelo. Pero sobre todo, le sobra pantalla, por más de que los señores del canal se obstinen en presentarlo como el talento del momento. Por suerte tiene a su mascotita, Cecilia Bonino, que con su carita de conejita de barrio, nos alegra a todos la vida, y nos hace pensar que todavía quedan muchachas honestas, que hacen su trabajo y se visten en Victoria M. Ortiz.

En cambio, Gerardo Sotelo no provoca nada. Pero nos recuerda la viveza criolla, encarna el prototipo del uruguayo al que no le gusta trabajar. Sotelo: ¡trabajá un poco! Se nota que siempre estás pallando, que estás pintado, que llegás al programa cinco minutos antes de que empiece. ¿De verdad creíste que nadie se daba cuenta?

Señor televidente uruguayo: pare de sufrir, tómese un Floxet. O contrate el cable.