
Luego de comer con mis familia, me metí en mi cuarto, que había quedado deshabitado y estaba frío, no podía hacer otra cosa. Apenas había hablado con nadie, pero afortunadamente, eso en una familia de cinco hermanos se nota poco. Me quedé acostada en mi cama helada. No me tapé con niguna manta, quedé tirada con la ropa puesta, no del todo acurrucada. Al rato entró mi madre tempestuosamente y me gritó que no podía ser que yo fuera tan poco sociable y amable. Me reprochó haberle faltado al respeto unas cuantas veces y me dijo que no se me podía hablar, pues todo me caía mal. Me vino a reprender, digamos. Luego me preguntó qué me estaba pasando. Por supuesto no le contesté.
Pero ella se dio cuenta. Sin conocerlo, lo odió. Una vez me dijo “Yo odio a ese tipo”, mi madre que no es especialmente apasionada ni exagerada, sino bastante sobria. “¿Por qué lo odiás?”, le pregunté yo. “Porque te hizo llorar”.